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Sus miradas se encuentran, la luz se encierra en los ojos del otro como fuego encendiendo sus miradas y ya nada mas importa. Labios chocando, manos recorriendo desesperadamente sus cuerpos, la lluvia quemando sus rostros.
Besos con sabor a piel, caricias delicadas como rosas, pero no por eso menos intensas. Se aferraban el uno al otro como si no hubiera un mañana, y probablemente esto fuera verdad. Se besaban con cariño y necesidad. Todo estaba perdido.
El mundo que los rodeaba se volvía borroso, todo era pasión, besos, manos, lenguas, sudor, respiraciones entrecortadas y nada de aire que respirar.Ya nada existía solo ellos dos y la lluvia. El suelo bajo sus pies había desaparecido y ninguno necesitaba respirar para seguir con vida. Solo se necesitaban mutuamente.
Todo se hacía humo bajo la lluvia y la pasión de un amor imposible. Un amor sin principio ni final, un amor sin futuro. Algo que nunca debió ser, pero aún así se siente correcto. Nunca debieron estar juntos pero el amor es más fuerte que cualquier barrera.
Aun así ya no podrían estar juntos. Cada uno tenía una vida que seguir y lamentablemente el otro no formaba parte de esta. Cuando la lluvia cesara seguirían por caminos diferentes y a la mañana siguiente tendrían que pretender que nada había ocurrido.
Esconder los rastros de un amor sin fronteras es difícil, evitar mirarse, esconder caricias y besarse a escondidas. Era prácticamente imposible y casi no lo soportaban. Se necesitaban, se pertenecían, y lo tenían que ocultar.
Pero todavía llovía.
Todavía seguirían juntos, todavía podrían sentir el sabor del otro en sus labios, todavía podrían tocarse y dejarse llevar sin tener que dar explicaciones. La lluvia los protegía y guardaba su secreto.
Todavía llovía, pero pronto el cielo dejaría de llorar. Los besos pararían al igual que las caricias y la llama de sus ojos tendría que ser reprimida una vez más. Los amantes escondidos tendrían que volver a la farsa…
Y esperar hasta la próxima lluvia.

¿Quién dijo que la vida era justa?